Los pensamientos de Grey

Los pensamientos de Grey
Relato basado en la trilogía de E.L. Jmes, Cincuenta Sombras de Grey , por 1996rosafermu

martes, 24 de mayo de 2016

LA TRANSFORMACIÓN DE GREY - Capítulo 9

Miró el reloj y comprobó que aún le faltaba un buen rato para recibir a la señorita Kavanagh. Llevaba tiempo dando la lata al departamento de comunicación, y por fin harto, le concedió una entrevista," pero sólo diez minutos,   es todo el tiempo que tengo disponible ". Había dicho a la persona que concretó el encuentro.

Comenzaban a caer las primeras gotas de lluvia.  Estaba siendo una primavera muy irregular.  Unas veces llovía intermitentemente y al poco rato, sin embargo volva a salir el sol.  Siguió  contemplando el horizonte y las gotas de agua, le hicieron retomar sus pensamientos, el día que se presentó la chica de Arkansas.

- ¿ Cómo se llamaba ? Ya ni me acuerdo. Bah, carecía de interés. Es cierto que tenía una bonita piel, y un rostro hermoso, pero ella era vulgar. Cómo se puede ir por la vida con una ropa como esa. - Y recordó la discusión que tuvo con Elena a cuenta de ello

-Sabes muy bien cuáles son mis gustos y dónde deben ir para vestirse. Pago un buen dinero por ello, Elena.  Esta vez se te ha ido el santo al cielo. Así que es mejor que no te vuelvas a encargar de este tema.  Seré yo en lo sucesivo quién contrate a las chicas
-Estás últimamente muy impertinente. ¿ Qué diablos te pasa Christian?
- No me pasa nada.  Simplemente me contraría que no pongas el más mínimo cuidado en los encargos que te hago, y que por cierto fuiste tú quién se brindó a hacerlo.
-Eso no ocurriría si volviéramos a estar juntos.  Ambos nos conocemos muy bien y no tendríamos estos detalles que tanto te desagradan
- Elena, dimos por terminada nuestra relación definitivamente. No vuelvas con esas de nuevo.  Somos socios y deseo mantener nuestra amistad. Nada más

Colgó el teléfono.  Pero debía reconocer que tenía razón, llevaba un tiempo que todo le cansaba.  Ya no eran estimulantes los fines de semana Todas las relaciones mantenidas eran iguales y monótonas. En días grises como el de hoy, estaba más exasperado, máxime cuando sus instrucciones no se cumplen.

Tardó más de una semana en ponerse en contacto con la agencia que le suministraría a otra chica.  Esta vez puntualizó muy bien los detalles para que no ocurriera lo mismo que con la última: la chica de Arkansas.  Estaba arrepentido del fuerte castigo que la infringió por ser tan descuidada en el vestir. Era pulcra, pero ordinaria, y eso era algo que no perdonaba, porque en el juego de la seducción también encontraba placer.  Pero qué placer iba a encontrar en seducir a una mujer que llevaba esa ropa interior tan grande y tan fea. Y fue duro con ella, quizá demasiado.  Al quedarse solo se arrepintió de su proceder, pero no quiso que regresara  a la semana siguiente.  Como compensación ordenó a Elena que la llevara  al lugar en donde vestían a las sumisas que habían pasado por sus manos. Una llamada de teléfono interrumpió nuevamente sus recuerdos.

- ¡ Hola Elena ! ¿ Cómo estás ?
-Yo bien ¿ y tú ? Te llamo porque hace tiempo que no nos hemos visto, ¿ qué tal te viene este fin de semana comer conmigo? Claro si no tienes visita
- No no tengo visita. Y si comeremos juntos. ¿ Dónde siempre ? ¿A la misma hora?
- Estás  muy escueto. Pensé que te gustaría charlar un rato conmigo, pero te conozco lo suficiente como para saber que estás deseando colgar el teléfono ¿ o me equivoco?


-No, no te equivocas. Estoy esperando a una periodista que viene a entrevistarme.  No me apetece nada porque es una estudiante de la universidad, pero es hija de alguien con quien mantengo algún que otro negocio, y me he visto en el compromiso de atenderla. Está por llegar de un momento a otro. Oye te dejo acaban de llamar a la puerta.  Seguro que es ella.
- Bueno pues quedamos donde siempre.  No te olvides: el sábado. Adiós Christian
- Adiós Elena

Y colgó.  No tenía ganas de hablar. La entrevista y los recuerdos le habían  puesto de mal humor. No soportaba las preguntas insulsas que seguramente le haría la aprendiz de periodista, pero se había comprometido a atenderla y lo haría.

- Menos mal que diez minutos se pasan pronto- se repitió- Una llamada por el interfono, le distrajo nuevamente

- Señor Grey, ha llegado la señorita Kavanagh
- Deme cinco minutos y hágala pasar.  No es necesario que llame a la puerta. Que entre directamente.
- De acuerdo señor Grey, así será

- ¡ Por Dios ! El día va mejorando.  Bien cuanto antes empecemos, antes terminaremos.


Autoría:   Versión libre de 1996rosafermu( Basada en la novela de E.L.James  Cincuenta sombras de Grey)
Fotografías: Internet

domingo, 15 de mayo de 2016

Christian Grey - EL ORIGEN - Capítulo 35

Aquel fue un verano casi tan largo como la primera noche de mi nueva vida. Había comprobado que podía hacer mi fortaleza inexpugnable, y había sufrido también la primera de las consecuencias: el vacío de Grace. Aunque lo soporté, no hubo una sola hora en la que no escuchase el reloj de péndulo del salón marcar su ritmo constante, una campanada cada quince minutos, dos cada treinta, después tres y después cuatro en las horas en punto. Mi puerta seguía abierta, igual que la había dejado la noche anterior. Aquella noche terminé de perfilar mi estrategia.

Cuando empezó la actividad en la casa me levanté para terminar de empaquetar las cosas que había apartado antes de irme a la cama. Cogí la pesada caja llena de recuerdos que quería apartar de mi vida, y la cerré con cinta adhesiva. Con un rotulador escribí Christian, no tocar. La cargué entre mis brazos, y me dirigí al garaje para enterrarla definitivamente entre los trastos para olvidar.
Antes de alcanzar la puerta de atrás pasé por la cocina, donde Grace estaba sentada frente a la ventana, removiendo distraídamente una taza humeante. Llevaba aún el pijama puesto, e iba descalza. Tenía la cara hinchada, los ojos hundidos y unas bolsas abultadas teñían de un violeta oscuro sus ojeras.

- ¿Christian? – su voz sonaba grave, seria.
- Eh, Grace – Casi me avergoncé al saludar – buenos días.
- Buenos días cariño –sus ojos seguían fijos en algún punto del jardín, más allá de la pérgola de y de la portería de fútbol. – Julianna, por favor, prepara el desayuno de Christian. ¿Has dormido bien?
- Sí, muchas gracias –mentí. – ¿Y tú?

Grace se giró sobre sí misma para enfrentarse a mí, que me senté a su lado en la mesa de pino salvaje. Incapaz de sostener su mirada, recorrí con la vista las vetas de la madera de la mesa, arriba y abajo, dándome algo que hacer mientras lo que fuera que tenía que decirme Grace completaba con reproches su actitud ninguneante de la noche anterior.

- No muy bien, si quieres que te diga la verdad –una mano caliente aún por el contenido del líquido de la taza me revolvió el pelo.- pero ya me echaré un rato después de comer. Tengo que aprovechar hoy porque mañana vuelven tus hermanos del campamento. ¿Tienes ganas de verles? –una gran sonrisa le atravesaba la cara.
- Claro Grace –pero me daba lo mismo. Y más ahora, con mi nuevo plan. Ni Mia ni Elliott tenían cabida mi vida rediseñada sólo para mí. Es más: eran un obstáculo que tendría que aprender a manejar cuando llegara el momento-. Julianna trajo otra taza humeante para mí y unas toritas.
- Come Christian, me ha dicho un pajarito que anoche te fuiste a la cama sin cenar. ¡Tienes que estar hambriento! –Julianna intercambió una mirada cómplice con Grace. Al fin y al cabo, mi madre era consciente de mi ayuno.
- Muchas gracias Julianna-. Grace retomó nuestra conversación anterior como si no hubiéramos sido interrumpidos.
- Yo les echo terriblemente de menos. A Mia y a Elliott. Igual que te habría echado de menos a ti si te hubieras ido también al campamento. En el fondo tengo suerte de que te hayas quedado. ¡Habría estado muy sola aquí todo el mes! –me miró con esa cara que quería ser  un abrazo sin tocarme. Formaba parte de ese código que nos inventamos hacía mucho tiempo ya.
- No será para tanto. ¡Sólo han estado fuera cuatro semanas!

Se había levantado para coger del frigorífico un bote de sirope de arce, mi preferido con las tortitas. Al oír mis palabras se giró y perpleja me dijo:

- ¿Que no? ¡Estoy contando los días que faltan para que vuelvan desde que se fueron! Vosotros tres sois lo mejor de mi vida Christian, y estar separada de vosotros es un auténtico castigo.
No pude evitar sonreír. El amor de Grace era tan sincero y tan profundo que de no haberla conocido habría pensado que era artificial. Pero no había nada de artificial en su extrañar a sus hijos. No en vano nos dedicaba todo su tiempo, todo su afecto.
- ¡No sé qué haría sin vosotros! –siguió.

Sus muestras de cariño me hicieron, por un mínimo instante, pensar que tal vez me había precipitado al decidir tan tajantemente que quería ser independiente de sus vidas. Sintiéndome de nuevo avergonzado, empujé con un pie la pesada caja para que quedara escondida bajo mi taburete esperando que, con un poco de suerte, le pasara desapercibida.

- ¿Qué es eso?
- Um, nada, sólo una caja con algunos trastos que quiero dejar en el garaje. Ya no los voy a necesitar.
- Christian, no tocar –leyó en voz alta.- Hijo, cualquiera diría que has metido dentro un animal venenoso.
- No es nada Grace, sólo unos cuadernos, algunos libros y muñecos. Ya no soy pequeño.
- Está bien, como quieras. Podemos decirle a Olsen que se lo lleve después porque ahora, tengo una pequeña sorpresa preparada para ti. Una especie de regalo atrasado.
- ¿Ah sí? ¿Una sorpresa? ¿Por qué, si no es mi cumpleaños? –estaba realmente atónito.
- Bueno, el final de curso fue un poco… tormentoso, digamos, y no pudimos celebrar como es debido tu catorce cumpleaños.
- Yo, lo siento mucho Grace.
- Lo sé querido, no tienes que preocuparte más. Y ya te disculpaste en su momento –su voz sonaba tranquilizadora.
- Os prometí que el año que viene no habría más problemas en la escuela, y así será.
- Shh, basta, Christian. Lo sé, siempre he confiado en ti, y así sigue siendo. Como muy bien acabas de decir, ya no eres un niño pequeño, así que me gustaría mucho que fingiéramos que hoy es 18 de junio otra vez y celebrásemos juntos tu día especial. Los dos solos.
- ¿Y Carrick? – ya sabía que lo de ayer iba a pasar factura, por algún sitio iba a salir.
- Carrick ha salido para Atlanta, tiene una reunión de negocios y no volverá hasta mañana, justo a tiempo para recoger a Elliott y a Mia. Así que seremos sólo tú y yo, ¿te parece bien?
- Claro.

Claro que me parecía bien. Más que bien. Me tranquilizaba poder retrasar mi encierro interior un día más, y poder disfrutar de Grace para mí solo y no como en las últimas semanas, simplemente siguiéndola, andando detrás de ella como si fuera una carga que estuviera obligada a arrastrar.
- Estupendo. Pues corre a darte una ducha, vístete y vámonos. ¡Yo voy a hacer lo mismo, que con esta cara no puedo ir a ningún sitio!
- Yo creo que estás preciosa Grace.
- Gracias, cariño. Ven aquí anda, deja que de un beso –abrió sus brazos para hacerme un sitio en su pecho, y acudí. Sí, definitivamente, mi nueva vida podía empezar un día después.

Media hora más tarde me reuní con Grace en el salón acristalado. Yo me había puesto la ropa que Julianna me había preparado y dejado sobre la cama hecha, y unas viejas sandalias que heredé de Elliott; Grace se había vestido con un conjunto blanco de falda y camisa, y zapatos náuticos. Estaba morena y el blanco de la ropa resaltaba su color, disimulando un poco las ojeras de la noche en vela. Me sentí mejor.

- ¡Oh! Estás guapísimo Christian.
- Gracias –sonreí.
- Pero, ¿esas zapatillas?
- Son mis preferidas.
- Lo sé cariño pero son horrorosas. Y además están muy viejas. Y lo que es peor: resbalan. Anda, ven conmigo, Olsen probablemente nos estará esperando ya.

Salimos por la puerta principal al camino de grava que conducía a la salida de la casa. Olsen estaba efectivamente con el coche aparcado junto a la verja, frotando con un paño el capó.

- Buenos días señora. Christian – acompañó el saludo de una leve reverencia con la cabeza.
- Buenos días Olsen –dijo Grace.
- Hola.
- Podemos marcharnos ya. Christian necesita calzado nuevo.

Mientras el coche salía por el paseo principal hacia la avenida que conducía al centro de la ciudad hice memoria intentando recordar si en alguna ocasión me habían regalado por mi cumpleaños algo tan simple como unos zapatos, y no lo conseguí. Un año me habían regalado un avión dirigido por control remoto, en otra ocasión una bicicleta. Desde que vivía con los Grey había recibido varios pares de esquís a medida que iba creciendo, un ordenador portátil, alguna consola con sus videojuegos, incluso en una ocasión un viaje a Orlando para visitar Disney World. Pero unos zapatos era un regalo extrañísimo y, sobre todo, muy poco típico de la familia Grey.
Traté de ocultar mi extrañeza y de disimular mi decepción mirando fijamente a través del cristal tintado del coche. Al fin y al cabo era cierto que no me había portado demasiado bien en los últimos tiempos, y no me sorprendió cuando el 18 de junio anterior sólo había encontrado una sobria tarjeta sobre la mesa de la cocina, firmada por Grace, Carrik y mis dos hermanos, en la que me deseaban un feliz cumpleaños.


Seattle iba pasando por delante de mis ojos, brillante, a la luz del verano que se empezaba a terminar. Los días eran un poco más cortos ya, y la brisa por las tardes era más fría cada día que pasaba. Seattle era la única ciudad que había conocido en vida, pese a no haberla visto jamás antes de mudarme a Bellevue con Grace y Carrick. A penas recordaba nada de mi primera casa, en la que viví con mi madre y aquél tipo que nos pegaba. A penas un par de imágenes inconexas y cada vez más difusas, que sólo se atrevían a saltar a mi mente en sueños. En pesadillas, para ser más exactos. Habían pasado ya diez años desde que aquello terminó pero había tantos huecos por rellenar que parecía imposible poder curar las heridas que me había provocado. Heridas que llevaría conmigo toda la vida, igual que las cicatrices de tantos golpes y tantas quemaduras que marcaban mi piel.

- ¡Ya hemos llegado! – la voz de Olsen me sacó de mis pensmientos. – Nordstrom Rack, señora Grace. ¿Dónde quiere que les espere?
- Aparque y váyase a tomar un refresco Olsen, hace un calor tremendo. En veinte minutos estaremos aquí de nuevo, no vamos a tardar demasiado. Únicamente tenemos que recoger una cosa.
- Muchas gracias señora Grace. Aprovecharé para hacer unas compras que me ha encargado Julianna.
- Perfecto Olsen, hasta luego.

No solíamos ir de compras a grandes almacenes como estos. Grace siempre decía que eran sitios incómodos, confusos, y que tenían la música demasiado alta. Estaba cada vez más perplejo, ¿iba a comprarme unos zapatos en Nordstrom Rack? Ese era el tipo de sitio al que iba a comprar mi madre, mi verdadera madre. Si estaba jugando al despiste conmigo, iba por muy buen camino.

- Grace, ¿qué hacemos aquí?
- ¡Qué pregunta! Pues comprarte unos zapatos Christian, no puedes seguir yendo con esos andrajos. Podrías resbalarte y hacerte daño. Y yo no quiero que nada le pase a mi chico pequeño que ya es muy mayor –me contestó cogiéndome de la mano. Molesto, me solté.
- ¡No soy tu chico pequeño!
- Vale, perdona. Tienes razón. Está bien, no te cojo de la mano, pero no te separes de mí que aquí hay mucha gente.

Nos dirigimos por las escaleras mecánicas hacia el departamento de calzado y mi sorpresa fue total cuando Grace se dirigió a un dependiente y le dijo que habían hablado por teléfono esa misma mañana. Que era la doctora Trevelyan-Grey y tenía que haber un paquete preparado para ella. El muchacho desapareció y Grace miró nerviosa a su alrededor.

- No me gustan nada estos sitios…
- ¿Y por qué no hemos ido a por los zapatos a la quinta avenida, como siempre?
- Eso mismo me pregunto yo. Pensé que igual era divertido cambiar. No debería improvisar querido, es la última vez que lo hago. La próxima vez recuérdame que Rainier Square me gusta y Nordstrom Rack no. Pero ya que estamos aquí nos llevaremos los zapatos.
- Como quieras, Grace.
- Cuando se te queden pequeños iremos a nuestra vieja zapatería de siempre ¿de acuerdo?

El dependiente salió de detrás de una puerta que daba a una especie de almacén, le entregó a Grace un paquete envuelto en papel rayado blanco y negro, y con una sonrisa amplísima le dijo:

- ¿Le gustaría a usted hacerse socia de nuestros grandes almacenes? La tarjeta es gratuita y sólo tiene ventajas.

Grace me miró ahogando una carcajada, pagó y salimos de allí lo más rápido que nos permitía el laberinto de expositores, burros, mostradores y escaleras mecánicas.
En el coche me entregó el paquete y rasgué el papel. Había un par de zapatos náuticos azules, con los cordones de cuero marrón y gruesas suelas de plástico beige. Eran idénticos a los de Grace (salvo por la marca, seguro que ella no los había comprado en los grandes almacenes que odiaba).

- Muchas gracias Grace, son preciosos. Es un regalo estupendo.
- Oh, Christian, ¿creías que éste era el regalo? – reía a carcajadas. – ¿Tan poco me conoces?
- Yo, pensé que sí, que esto era el regalo. Me parece bien Grace, sé que no me he portado muy bien este año.
- Eres tan divertido querido. Anda, ponte los zapatos nuevos y mete directamente en el papel las horribles sandalias viejas de Elliott. ¡No quiero que vuelvan a entrar en casa! Y en cuanto lleguemos, tendrás tu regalo.

¡Había un regalo mejor! Aquello ya tenía más sentido. Grace no iba a regalarme unos simples zapatos, lo sabía. Apenas podía esperar a que llegáramos otra vez a Bellevue. Era como si todos los semáforos se hubieran puesto de acuerdo para estar en rojo a nuestro paso, como si en cada cruce hubiera peatones ante los que parar. Todas las bicicletas de Seattle se interponían en nuestro camino, y yo me moría de ilusión y de ganas de llegar a casa para ver mi regalo. Cuando la puerta de la verja principal se abrió creía que el corazón se me iba a salir del pecho, de lo fuerte que me latía. Estaba tan emocionado que las manos me empezaron a sudar y se me secó la boca.

- Bien, ya estamos casi listos –salimos del coche y Grace me tomó de la mano. Esta vez no me quejé en absoluto.
- ¿Dónde vamos?
- Por aquí cariño, ven conmigo.
Bordeamos por el sendero de pizarra hacia la cara oeste de la casa, la que daba al lago. Grace tenía la vista al frente, muy fija. De pronto se paró y me dijo:
- ¿Has hecho bien la digestión?
No pude responder porque no entendía nada pero entonces, señaló a un punto, me miró y yo… me quedé sin respiración. Era el mejor regalo que habría podido soñar.

NOTA:

Y hasta aquí, los capítulos de Fans de Grey, basados en la trilogía de E.L.James " Cincuenta sombras de Grey". Gracias por vuestro seguimiento.








Autoría:   Versión libre de 1996rosafermu( Basada en la novela de E.L.James  Cincuenta sombras de Grey)
Fotografías: Internet

sábado, 14 de mayo de 2016

Christian Grey - EL ORIGEN - Capítulo 34

Revisar estos recuerdos después de tantos años me ha hecho darme cuenta de lo solo que estaba entonces. Apenas había cumplido los trece años, llevaba más de ocho viviendo con Grace y Carrick y con su familia, y aún me sentía un extraño en esa casa en la que todo estaba siempre en su lugar. Ellos quisieron hacerme sentir parte de sus vidas y yo malentendí las señales. Decidí no tocar las cosas en lugar de usarlas y devolverlas a su lugar. Medir mis palabras en lugar de ser esponténeo; cambié los juegos sociales por los libros, por la tecnología. Todo lo que me permitiera construir una coraza a mi alrededor, una muralla protectora. Nada ni nadie podría entrar, ni salir.

La última temporada en la escuela media, y los incidentes con Amanda me hicieron comprender que la vida social no estaba hecha para mí. Aquel verano, justo antes de empezar la escuela secundaria, Mia y Elliott fueron a un campamento con otros chicos de la escuela. A mí no me preguntaron si quería ir. No me obligaron. No intentaron, ni siquiera, que considerara la posibilidad de ir. Era como si finalmente hubieran aceptado que yo era un bicho raro. Durante las semanas en que Mia y Elliott estuvieron fuera,  Grace me llevaba con ella a todas partes, pero ya no me preguntaba qué quería hacer ni a dónde quería ir. Simplemente cargaba conmigo. Pasé horas sentado en el salón de belleza mientras ella tomaba larguísimas sesiones de rayos, en el saloncito de la modista mientras elegían tejidos para los trajes del otoño siguiente, en la recepción de la biblioteca del hospital cuando tenía sus reuniones con un grupo de investigación. Siempre en silencio, a su lado, agradecido por no haberme obligado a ir con mis hermanos al maldito campamento.

Una vez la escuché hablar por teléfono. Elena, la señora Lincoln, estaba organizando una cena en el club de campo para recaudar fondos para una casa de acogida de niños víctimas del maltrato.

- No puedo ir, Elena, entiéndelo. No quiero dejar a Christian en casa, y no me parece el sitio más adecuado para llevarlo a él, ¿no crees? - Bajaba la voz cuando no quería que escuchara algo, pero no se iba. Simplemente susurraba, como así no me llegara el sonido.
- Ya sé que no es la suya, y que no se va a encontrar a nadie allí de su vida anterior. Pero no quiero remover más su dolor, bastante mal lo estamos llevando últimamente.- De eso se trataba, de remover mi dolor. Tras unos segundos de silencio Grace se despidió tajantemente de su amiga:
- Pues claro que he buscado otros médicos, pero no queda nadie en esta ciudad dispuesto a ayudarme, y ya no sé qué más hacer. Llevarle a la cena no haría nada más que empeorar las cosas. Lo siento. Ya hablaremos.

Cuando colgó había lágrimas en sus ojos. Apartaba la cabeza de mí para que no la viera llorar, pero era inútil, y su llanto se iba haciendo más y más fuerte. Entre hipidos me pidió perdón:

- Lo siento, cariño, perdona. No es por ti, tú no has hecho nada malo.

Pero yo sabía que sí lo había hecho. Llevaba años haciéndolo, peleando por minar la confianza de la única persona que me había dado su apoyo incondicional. Y ahora lo había roto. Igual que Jack rompió mi muñeco en la casa de acogida, igual que el cabrón pateó a mamá. Las cosas que quería se rompían, ése era el curso natural de las cosas.

Grace lloró toda la tarde, y cuando llegó Carrick a casa la encontró hecha un ovillo en una esquina del sofá del salón, casi a oscuras. Yo les escuché hablar desde lo alto de las escaleras sin mucha dificultad, prácticamente no se esforzaban por bajar la voz, por disimular su agotamiento.
Le contó cómo la cena de la señora Lincoln la había quebrado definitivamente. Había recordado los tiempos en los que me adoptaron y pensaba que podría ofrecerme una vida mejor, la vida que un niño se merece. Mirando atrás había comprendido que ninguno de aquellos esfuerzos había servido para nada, tal vez sólo para salvar mi vida, pero que yo no era feliz, y que empezaba a temer que nunca lo fuera. De vez en cuando se voz se ahogaba entre sollozos. Y un nudo crecía en mi estómago a medida que hablaba. Le contó los últimos encontronazos que había tenido en el colegio a finales del curso, que por lo visto le había ocultado porque sabía que habría perdido la paciencia conmigo. “Le sobreproteges, Grace” solía decirle.
Carrick siempre había sido más duro conmigo que con Mia o Elliott. Por aquellos entonces yo solía pensar que era porque no era su hijo, porque me habían adoptado. Porque llegué con taras, marcado y herido. Elliott era un chico fuerte, sano y divertido, un deportista y un conquistador nato. Mia era sencillamente deliciosa. Buena, dócil, generosa… La niña de papá, eso lo sabíamos todos. Y luego estaba yo. El problemático niño adoptado. Solía pensar en qué pasaría si se arrepintieran definitivamente de haberme llevado con ellos. Si volverían a mandarme a aquella casa de acogida horrible en la que Jack rompía mis muñecos. Por eso tenía tanto miedo cada vez que Carrick se dirigía a mí enfadado. Yo sabía que Grace jamás me echaría, pero de él no estaba tan seguro.
- ¿Qué quieres que hagamos, querida? - Oh Dios mío, no, por favor. No dejes que se deshagan de mí…
- No lo sé, cariño. Francamente, no lo sé. Dejarle en paz, supongo. Es lo único que quiere. Pero no estoy segura de que dejar en paz a un niño de trece años sea una buena decisión. Necesita el cariño de sus padres, de su familia. Pero no podremos dárselo si nos da la espalda.
- ¿Y sus hermanos? Elliott empieza a estar harto ya de su comportamiento también. El otro día me dijo que Christian ha pegado a alguno de sus amigos.
- Los amigos de Elliott no le dejan en paz. Siempre están metiéndose con él, burlándose porque es diferente.
- Sí, pero Elliott tiene sólo quince años, y esto le está afectando.
- Carrick, ojalá supiera qué hacer. Ojalá pudiera ayudarle. ¡Pero no sé cómo hacerlo!

Tal vez más triste de lo que nunca haya estado, me fui a mi habitación, ya había escuchado bastante. Grace había luchado durante años por atravesar la barrera que me rodeaba. Peleó codo con codo conmigo hasta que conseguí hablar, me dio las herramientas que necesitaba para poderme comunicar con todos aquellos que no estaban dispuestos a hacer un esfuerzo semejante por mí. Y nunca dejó de confiar en mí. Hasta ahora. Ya ni siquiera Grace pensaba que pudiera llegar a ser un chico normal.

Haberla decepcionado supuso un dolor tan profundo que levanté aún más los muros que me rodeaban. Calculé los daños, y medí las consecuencias: mi aislamiento sólo podría afectarla a ella: era la única, aparte del trajín de doctores por los que fui pasando, a la que parecía importarle qué pasaba dentro de mi cabeza. Me veía sufrir y adivinaba mi dolor pese a mis esfuerzos por esconderlo. Y tomé la decisión de crecer. De dejar de ser un niño de trece años que necesita el cariño y el calor de su familia. Ellos no eran mi familia, yo no lo sentía así, por mucho que lo repitieran.

Aquella noche quité de las estanterías todos los muñecos que tenía. Aparté las fotos de cuando era niño y Grace y Carrick me recogieron de la casa de acogida. La de la primera pelota de fútbol que me regaló Elliott y junto a la que posábamos llenos de orgullo, sintiéndonos superestrellas. La de Mia recién llegada a casa en mis brazos. Escondí en una caja los cuadernos con los que Grace me enseñó a hablar. El nudo en mi estómago se iba apretando más a medida que los recuerdos se agolpaban en mi mente, traídos de la mano de los dibujos con los que empecé a comunicarme: el columpio, las tostadas, la pelota, la luz de la mesilla… A punto de quebrarme los cerré de un manotazo y aparté la caja. No podía meterme en la cama a llorar como tantas otras noches, eso tenía que terminarse. Y seguí guardando cosas que no tendrían cabida en mi vida nueva.
El circuito de coches, el avión teledirigido, una caja con canicas, los puzzles. Sólo quedó la televisión y una estantería con las baldas medio peladas y algunos libros. Enrollé la alfombra que imitaba una ciudad, retiré las sábanas de animales salvajes y cogí de un cajón del aparador un juego más discreto, gris, sin colores ni dibujos. Esa noche nadie me llamó para cenar, y me sentía demasiado avergonzado como para ir a la cocina a buscar algo.

Sentado en la cama, con las piernas cruzadas sobre la sobria sábana gris, me di cuenta de que era la primera vez que Grace y Carrick se olvidaban de mí. Y no fue para tanto. Al principio intenté descubrir qué habría pasado si Elliott o Mia hubieran estado en casa. ¿Se habrían olvidado también de preparar algo para cenar? No subieron ni una sola vez a verme, a hablar conmigo. Como si hubiera hecho algo terrible y el castigo más ejemplar que hubiera fuera el de su indiferencia. Sólo que no era un castigo. Simplemente ya no sabían qué hacer conmigo. Les oía trastear en el piso de abajo. Oía la puerta del mueble bar, que se abría y se cerraba. Oía caer hielo en una copa. Oí los tacones de Grace dirigiéndose a su habitación. Miré la puerta para comprobar que estaba entreabierta, esperando que se asomara, que entrara a preguntarme si quería comer algo. Pero no lo hizo. Sus pisadas pasaron de largo por delante de mi puerta hacia su dormitorio. Y escuché el suave mecanismo del picaporte. Eso era todo. Se habían ido a dormir sin reparar en mi presencia, en absoluto. Esa noche, apagué la luz para dormir.

A la mañana siguiente me costó reconocer mi habitación, y mi estómago vació me recordó que lo de la noche anterior no había sido sólo un mal sueño. Mientras me vestía para bajar a desayunar me reafirmé en mi propósito de no dejar que nada más volviera a afectarme. El ninguneo al que me habían sometido mis padres la noche anterior podría haber resultado mucho más doloroso, pero no lo fue. No pasó nada. Y tampoco era la primera vez en mi vida que me quedaba sin cenar. El sabor metálico de los guisantes congelados volvía a mi boca con mucha facilidad… Podría vivir en una burbuja, y estaba dispuesto a hacerlo. Grace no volvería a sufrir más, ni Elliott tendría que volver a preocuparse porque amenazara a sus amigos. Y yo, decidí que era ya lo suficientemente mayor como para cuidarme solo.






Autoría:   Versión libre de 1996rosafermu( Basada en la novela de E.L.James  Cincuenta sombras de Grey)
Fotografías: Internet

viernes, 13 de mayo de 2016

Christian Grey - EL ORIGEN - Capítulo 33

- ¡Christian! ¡Vamos, levántate que vas a llegar tarde!

¿Tarde? Pero, ¿no me habían expulsado? Grace habrá vuelto a mover sus hilos para que el director vuelva a readmitirme. ¡Mierda! Me tapo la cabeza con la almohada y me acurruco bajo las sábanas. En la intimidad de mi habitación es prácticamente el único sitio en el que puedo expresarme como quiero, como necesito. En el que, si quiero, puedo incluso llorar.

- ¡Christian! ¡No me hagas ir a buscarte!

Seco mis lágrimas con los puños del pijama y me levanto. Lo último que me apetece es una pelea con Grace, no soporto hacerle daño.

- ¡Vooooy!
- Así me gusta, hijo. ¡Mía! ¡Date prisa tú también!
- ¡Vooooy! –responde Mía, imitando mi tono. Aún le divierte hacerme burla.

Grace hace todo el camino hasta la escuela conduciendo en silencio. De vez en cuando me lanza una mirada a través del espejo retrovisor, como si quisiera decirme algo. Pero no lo hace. Es igual, sé lo que quiere decirme. Que no me meta en más líos, que me comporte, que procure ser amable, que me relacione… Oh, siempre lo mismo. Todos los doctores, todos los profesores, todos los asistentes sociales… y Grace. Cuando llegamos aparca y sale del coche con nosotros, y nunca lo hace. Cargo la mochila sobre el hombro y echo a andar diciendo un hasta luego entre los dientes.

- Christian, espera. Voy contigo.
- ¿Por qué?
- Espera, he dicho –le arregla los cuellos de la chaqueta a Mía y le da un beso en la mejilla. – Hasta luego cariño, pásalo bien en la escuela.
- Gracias mamá – Mía se aleja saltando con sus compañeros.
- Christian, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así, y lo sabes. Esta vez ha sido la última de verdad. No sabes lo que he tenido que luchar para que el señor Hettifield te admitiera de nuevo en la escuela –Grace suena seria de verdad.
- Ya claro, pero como soy muy listo, me deja volver, ¿no es eso? –me burlo.
- No Christian, ya no. Has llegado demasiado lejos. Esta vez te han dejado volver porque les he prometido que, bajo mi responsabilidad, a partir de ahora te comportarás bien –a la vergüenza de ser el hazmerreír de la escuela tengo que sumar ahora que todos me vean sentado con mi madre en un banco en la puerta del despacho del director. Fantástico.
- Vale. ¿Me puedo ir ya? –intento escabullirme pero me agarra fuerte por la muñeca.
- No, esta vez no. Christian sabes que has agotado muchas paciencias y que yo sigo confiando en ti. Sabes que siempre he querido ayudarte, y aún quiero hacerlo. Yo sé que dentro de ti hay un muchacho estupendo, bueno y generoso – me revuelve el pelo mientras lo dice, y yo, aún más incómodo, vuelvo a intentar inútilmente librarme de ella.- Amanda le ha contado al director lo que pasó ayer en el patio. Le ha dicho que no fue tu culpa, que sólo querías defenderla. Yo sé que dentro de ti eres muy bueno, y que nada hay del egoísta que han visto en ti los otros niños. Pero tienes que dejarlo salir Christian, tienes que dejar que todos lo vean como lo veo yo.
- Vale. ¿Me puedo ir ya?
- No. El señor Hettifield nos está esperando dentro, creo que vas a tener que decirle tú personalmente que no volverás a causar más problemas en su escuela. Y yo respondo por ti. Así que no me decepciones, te lo pido por favor. Y deberías darle las gracias a Amanda, ha sido muy valiente.
- Está bien, Grace. No te decpecionaré. Lo prometo – y esta vez lo digo en serio.

Grace tiene razón, no hay mucha gente que siga confiando en que hay algo bueno dentro de mí. De hecho, no hay mucha gente que trate conmigo. La única fórmula de relacionarme que he encontrado ha sido el silencio: sumirme en un mundo en el que no cabe nadie más que yo. Dejar que los demás vivan su vida, si yo no intento entrar en la suya, ellos no tendrán necesidad de hacerlo en la mía. Y así me ha ido bien. Hasta ahora. Así me fue bien con el cabrón que pegaba a mamá, así me fue bien con mamá cuando sólo quería tumbarse y dormir. Así me fue bien en la casa de acogida cuando Jack me golpeaba y me insultaba. Pero supongo que todos los que dejaban que me apartara del mundo eran todos aquellos a los que en realidad nunca les he importado. Grace quiere estar ahí, siempre. Y Amanda. Pero, ¿por qué?

- No sabes cuánto me alegro de oírlo, hijo mío.
- ¿Señora Grey? ¿Christian? Adelante, el señor Hettifield les está esperando.

Muy seguro de mí mismo y de la promesa que acabo de hacerle a Grace entro en el despacho del director, a prometerle que a partir de hoy empieza una nueva etapa. Últimamente me muevo por este despacho como si fuera el salón de mi casa, raro es el día en el que no me traen castigado, y estoy empezando a odiarlo. Las vitrinas con las copas de los campeonatos que la escuela ha ganado, estantes y estantes llenos de anuarios de alumnos que pasaron y se fueron, diplomas de estudiantes sobresalientes. A mí me recordarán como Christian Grey, el chico al que no se le podía tocar, el chico que peleaba en lugar de hablar. Jamás habrá una copa con mi nombre grabado ni una fotografía mía recibiendo un premio al mérito académico.
El señor Hettifield se levanta de su asiento y me interroga con la mirada:

- ¿Estamos de acuerdo, jovencito? -No tengo ni la menor idea de lo que ha estado diciendo, ni me importa.
- Sí, señor –me levanto yo también.
- Me alegro mucho de que hayamos llegado a un acuerdo. Señor Grey, confío en no tener que arrepentirme de esta decisión.
- Ya verá como no, señor director. Ya verá. Christian es un muchacho de palabra, sólo tenemos que darle la oportunidad que se merece.
- Bien, entonces ya está todo dicho. Señora Grey, espero verles por aquí la víspera de Halloween con el resto de los padres.
- Por supuesto, vendremos encantados. El ponche que sirven en su fiesta es con mucho el mejor de todo el estado.
- Oh, gracias… Hasta pronto. Christian, corre a clase, que hoy son los preparativos de Halloween. ¿No te lo querrás perder?
- Hasta pronto, señor Hettifield.
- Adiós.
Grace me acompaña hasta el pasillo sin dejar de hacer una leve presión en mi hombro con su mano.
- Al final vas a poder ir a la fiesta de Halloween hijo. Menos mal que te han levantado el castigo.
- Ya, claro. Eh, de todos modos, preferiría no ir, Grace.
- ¿Cómo que no? Todo el mundo se disfraza, es de lo más divertido.
- Pero…
- Déjalo Christian –no me deja terminar.- Lo hablaremos en casa. Hasta luego querido.

Cabizbajo recorro lo que queda del pasillo mirando por las ventanas que dan dentro de las aulas. En muchas de ellas los alumnos recortan papeles negros con forma de murciélago, en otros cuelgan calabazas de las ventanas, y todos hablan entre ellos, ríen, se tiran cosas. Yo no soy como ellos, y no me gusta Halloween. Es una fiesta que me recuerda que yo no soy de aquí, que este no es mi sitio. Que no es aquí adonde yo pertenezco. Con toda esa parafernalia que parece salida más de un anuncio de la televisión que de la vida real. Y cada otoño, cada año, se repite: una fiesta pensada para el miedo, ¿qué sentido tiene? Zombis y calabazas juntos, niños vestidos de esqueleto pidiendo caramelos de casa en casa. Una fiesta para honrar y recordar a los muertos.
¿Se puede ser más hipócrita? Mi madre murió, o la mataron, nunca lo sabré. Lo que sí sé es que miedo tuvo que tener, y mucho. Miedo de ser una enferma, miedo de tenerme a su lado, miedo del cabrón que venía y la golpeaba, que se lanzaba sobre ella gritando, blasfemando. Y ni siquiera me lo dijeron. Me apartaron de su lado y me metieron en aquel sanatorio al que Grace y Carrick venían a visitarme. Y nadie tuvo ninguna palabra de consuelo para mí, nadie pensó entonces en honrar a mis muertos, a una muerta que tenía tan reciente. Nadie me contó qué había pasado, dónde se la habían llevado. Si llevaba mucho tiempo muerta o no. Muerto he querido estar yo muchas veces. Cuando no podía hablar, cuando no podía dormir por las noches, cuando no quería salir de la cama ni jugar. Miles veces he deseado desaparecer, no tener que hablar con nadie, ser invisible. ¿No es eso morir un poco?
Me paro frente a la puerta de mi clase. La señorita Lennox reparte entre los alumnos una especie de madeja blanca, tela de araña industrial, para colgar de las esquinas de las paredes, de las puertas. Todos gritan y se lanzan pedazos de lana blanca. Sin ningunas ganas abro la puerta y entro. Como si hubieran anunciado mi entrada la clase entera se gira hacia mí y empiezan a gritar, a chillar, a lanzarme trozos de la telaraña. En silencio, sin responder a sus provocaciones, me acerco a mi pupitre y me siento, sin levantar los ojos de la mesa. ¿Para qué? No quiero que la señorita Lennox me vea, ni quiero que me reparta un trozo de telaraña. Saco un libro de la cajonera y lo abro. No importa cuál, ni por qué página. Sólo quiero desaparecer.

- ¡Grey! ¡Niño de mamá! ¿Te han dejado venir solo hasta la clase?
- Christian, ¿te ha salvado Amanda del castigo?
- Vamos Grey, ¿no vas a pegarme?
- ¡Grey es un cobarde!
- ¡A Grey le gusta Amanda!

La clase entera estalla en una carcajada antes de que la señorita Lennox tenga tiempo de llegar hasta su mesa y dar un golpe con el borrador sobre ella pidiendo orden.

- ¡Silencio! ¡Niños, silencio! ¡Basta ya!

Las risas no cesan y la ira va creciendo dentro de mí. Quiero pegarles a todos, patearles y salir de allí. Correr, muy lejos, y no volver nunca.

- ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Silencio! ¡Si no os calláis ahora mismo me veré obligada a castigar a toda la clase sin su fiesta de Halloween. ¿Ha quedado claro niños? – la señorita Lennox también se está enfadando. – Volved todos a vuestro sitio y sacad el libro de ejercicios de cálculo. Hasta que no esté toda la clase trabajando y en silencio los preparativos han terminado. Vosotros veréis.

Ojalá yo pudiera gritar como ella, levantarme y decirles a todos que se quedan sin su estúpida fiesta de los muertos. La amenaza surte efecto y por fin todos mis compañeros se callan. Sólo queda un murmullo a mi alrededor, libros que salen de las mochilas, lápices que dejan los estuches. Algún que otro insulto ahogado, siempre hacia mí. Como se estropee la fiesta va a ser culpa de Christian, Christian es tonto, siempre nos mete en líos, ¿por qué no castigan a Christian sin ir a la fiesta y nos dejan en paz? Seguro que es mejor que no venga. Tienen razón, seguro que es mejor que no vaya. Sería mejor si me fuera de aquí.
A la hora del recreo la campana rompe el silencio en el que se había sumido la clase. El bullicio vuelve y la señorita Lennox intenta hacerse oír por encima de él:

- Si os portáis bien en el patio podéis seguir haciendo los adornos de Halloween. Pero no quiero ni una sola queja de los vigilantes. ¿Me habéis oído?

Es inútil, todos salen ya a la carrera, excepto yo. La señorita se acerca a mí y me dice:

- Tengo entendido que se ha solucionado el incidente de ayer. Te juzgamos mal y lo lamento, Christian. Pero tienes que reconocer que no es la primera vez que protagonizas un incidente así, últimamente se repiten demasiado a menudo.
- Lo siento, señorita Lennox –digo sin levantar los ojos.
- Estoy harta de que se revolucione la clase por tu culpa. Sabes que no tengo ningún problema en denunciar tu actitud al director si es necesario. Así que te recomiendo que procures evitar que situaciones como la de hoy se repitan.
- Sí, señorita.
¿Por qué no se va y me deja en paz? Todo el mundo tiene siempre alguna queja de Christian, pero os vais a enterar, yo no os necesito. Todos vosotros siempre empeñados en llevaros bien los unos con los otros, en hablar, en hacer cosas juntos… Yo no soy así, yo no soy de ésos. Ni lo quiero ser. No necesito a nadie. Me levanto esperando que la señorita Lennox no me siga, no quiero escuchar ni una palabra más. Al otro lado de la puerta, apoyada contra la pared, está Amanda, abrazada a su mochila.

- Uhuuuu -dicen un par de chicos en un grupito al otro lado del pasillo. –Amanda y Christian son novios.

Aprieto los puños para reprimir el impulso de golpearles y echo a andar hacia la calle. Amanda me sigue. ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mí?
- ¡Christian! ¡Espera, Christian!
Sin detenerme le hago una seña con la mano, déjame en paz, pero corre tras de mí. Me alcanza al cruzar la puerta y se aleja de la escuela conmigo.
- Amanda, déjalo. Ya has hecho suficiente. Ahora todos se ríen de mí en colegio, ¿qué más quieres?
- Lo siento, yo no quería meterte en problemas. Sólo pretendía ayudarte, creí que si iba a tu casa y le decía a tus padres…
- ¡No vuelvas a mi casa nunca más! ¿Me oyes? ¡Nunca!
- No te pongas así, sólo somos amigos.
- ¡Yo no soy tu amigo! ¡Yo no tengo amigos! ¿Vale? ¡Lárgate!
Veo las lágrimas que asoman tras los ojos de Amanda, y se gira para intentar ocultar su llanto. Me da igual que llore. Yo también lo hago, yo también me escondo para llorar entre las sábanas. Y no busco ni la compasión ni la pena de nadie.






Autoría:   Versión libre de 1996rosafermu( Basada en la novela de E.L.James  Cincuenta sombras de Grey)
Fotografías: Internet

jueves, 12 de mayo de 2016

Christian Grey - EL ORIGEN - Capítulo 32

En el desayuno de la mañana siguiente no están ni Elliot, ni Mia. Lo cual no es una buena señal.
Estamos sentados solo Carrick, Grace y yo. Al comienzo hay un silencio que se vuelve incómodo.
Como si nadie se atreviera a empezar a hablar. Tal vez, están esperando que yo pregunte, que me demuestre interesado por la situación. Pero no lo haré.He hecho algo. No sé si mal o bien. Lo he hecho. Si alguien tiene algo para decir que lo diga. Aceptaré mi castigo con el mismo silencio.
Unos minutos después, Grace lo informa: me han expulsado del colegio. Grace intenta descubrir por qué hago esas cosas. Se lamenta. Dice que todo estaba mejor y, de repente, esto. Bajo la vista y me quedo callado. No pienso explicar nada. No quiero hablar de Amanda. No quiero escuchar interpretaciones falsas.

La buena noticia, según Grace, es que me dejarán quedar hasta fin de año. Ella tiene una gran don  de persuasión, probablemente lo ha conseguido con su capacidad y dulzura para convencer a los otros de que tiene razón. El año que viene habrá que buscar un nuevo colegio. Luego, dice que lo que en verdad le preocupa no es conseguir un nuevo colegio, sino mi comportamiento. No puedo seguir con esa conducta. Y, en especial, no deja de repetir que yo nunca había sido así, ¿qué ha sido lo que ha cambiado? ¿Por qué me he transformado en esto? Me encantaría tener las respuestas a sus preguntas, pero no las tengo. Y no pienso decir nada. En definitiva, ellos van a interpretar lo que deseen. ¿De qué serviría explicarles?

Carrick dice que esto así no puede continuar y que tendremos que hacer algo para modificarlo, sea lo que sea. Grace añade que no tengo que sentirme amenazado, que, en realidad, ellos están preocupados y quieren mi bien. Yo los miro y en un momento dejo de escucharlos.
Fantaseo con el momento en que me pueda ir de esa casa y hacer lo que yo quiera. Decidir sobre mi vida sin dar explicaciones a nadie. Mientras tanto, soportar. No es que no los quiera. Es que no entiendo quién soy yo y no sé cómo explicarlo. Quisiera independencia para poder actuar. De repente, llaman a la puerta. Grace va a abrir. Todo se derrumba cuando veo que por la puerta entra Amanda. Joder, qué hace aquí? Me mira y me sonríe. Mi cara se transforma en una sombra.

-Señor y señora Grey, tengo que contarles algo muy importante-.  les dice con cara de preocupación. Por la expresión de Grace me doy cuenta que imagina algo mucho peor. La hace pasar, le ofrece que se siente, le sirve una taza de té. Amanda bebe un sorbo.

-Te escuchamos-, le dice Grace y la invita a que les cuente lo que ha venido a decir. Amanda me mira como pidiéndome aprobación. Le rogaría que no lo hiciera.Pienso en cómo detenerla. Detesto que venga ella ahora aquí a intentar defenderme. Hace que me sienta torpe, miserable, ruin. De repente, se me ocurre algo y tomo la palabra.

-Yo sé lo que ha venido a decir Amanda-  digo e interrumpo mi largo silencio-. Amanda ha tomado clases especiales conmigo y se ha mostrado muy agradecida por eso
-Hay algo más-  interrumpe ella.
- Sí, que no has aprobado. Pero no deberías hacerte problema por eso, puedo recomendarte a alguno de mis compañeros que seguramente puede explicarte mucho mejor que yo. - Todos me miran desconcertados.
-He estado muy nervioso en el último tiempo y, tal vez, no te he explicado lo suficientemente bien- añado.
-Christian, me has explicado muy bien y estoy muy agradecida-, dice y no sabe cómo continuar.
-Bueno, hemos hecho lo que hemos podido los dos. Créeme, no dudo de tu capacidad- improviso.
Carrick y Grace observan extrañados. Intuyen que algo raro pasa, pero no logran determinar de qué se trata. Finalmente, se me ocurre la solución.
-Probablemente Amanda, como es una buena chica, ha venido a contarles lo de mis clases ya que sabe que me castigarán y piensa que si ella les cuenta que la he ayudado, eso hará bien a la situación.- No quiero que diga la verdad. Espero que no lo haga.
-¿Es verdad? ¿Has venido a contarnos eso, Amanda?”- pregunta Grace. La miro fijo. Le suplico con los ojos que asienta y que no siga. No quiero que una mujer venga a mi casa e intente hacerme quedar como un superhéroe. No lo necesito. Puedo soportar mi castigo por lo que he hecho sin que nadie me defienda. Y, por fortuna, Amanda me mira y algo comprende.
-Sí, es verdad, señora Grey, he venido a contarles que Christian me ha ayudado mucho con sus clases y me gustaría que me siguiera ayudando si él quiere y ustedes lo permiten-, dice Amanda y me sonríe. Grace me mira y luego la mira a ella.
“A mí no me molestaría en absoluto. No sé Carrick que opina-  dice Grace y lo mira.
-Creo que lo pensaremos un poco mejor. Pero aprecio que hayas venido hasta aquí para contárnoslo-, dice Carrick y le sonríe a Amanda.
-Muchas gracias, señor y señora Grey. ¿Podría hablar apenas un momento a solas con Christian?-, les pregunta ella.Nos retiramos a la habitación del al lado.
¿Por qué no me has dejado que les contara la verdad? Todos entenderían por qué le has pegado a ese tonto-, dice ella preocupada.
-Amanda no necesito que nadie me defienda. Y preferiría no volver a verte nunca más-, digo enfadado. Amanda empieza a llorar. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Quisiera que la tierra me tragara.

Escucho que pasa Elliot por la puerta. Espero que no haya escuchado nada. Tengo que encontrar una solución a esto ahora mismo.





Autoría:   Versión libre de 1996rosafermu( Basada en la novela de E.L.James  Cincuenta sombras de Grey)
Fotografías: Internet